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Sobre sobrevivir

Si el primer texto de Juan ha esbozado una especie de metodología aplicable acerca de los extrañamientos cotidianos, debo decir que, en mi caso y probablemente en muchos otros, se ha producido una incorporación de tales preceptos, teóricos, en principio. Por ejemplo: yo ya no puedo ver una película o un programa de televisión tranquilo, ni leer una novela, siempre, así sea por algún pequeño detalle, irrumpe un cuestionamiento. Aunque éste muchas veces sea reprimible u olvidable (cuando no corro a escribirle, ¡qué maña!), la serie de extrañamientos cotidianos puede ser una oportunidad para ocuparnos de los que más nos inquietan o incomodan.


Así pues, extrañamientos cotidianos, equivale a tomarse en serio lo común, lo que nos rodea y nos parece “normal”, y por tanto profano, insignificante, reducido, simple, superficial, banal, regular… En fin, fácilmente clasificable en nuestras lógicas del mundo, como positivo o razonable, pero también como absurdo (sinsentido) o inaceptable. En otras palabras, es inducirse un estado de constante incomodidad, incluso con lo que cómodamente nos hemos acostumbrado a rechazar o reprender a diario; no siempre la oposición flamante significa una problematización, a veces, de manera muy peligrosa (y cómoda) es al contrario. Lo anterior corresponde a reconocer que todas las manifestaciones culturales en nuestro medio, incluso las más cotidianas, son un fenómeno en todo el sentido, y por esto susceptible de una o varias reflexiones. El extrañamiento cotidiano, entonces, también implica una decisión, en la medida en que, según nuestra posición, preocupaciones o intereses, escojamos no dejar pasar tal o cual situación y la abordemos de determinada manera y no de otra. Es decir, el distanciamiento no es objetivo. No sólo es salirse, también es entrar, es ir y volver. En mi opinión, el ejercicio del extrañamiento no puede quedar en una abstracción, en un viaje sin retorno.


Alguna vez escuché en una clase que no había que antropologizar todo (en ese caso se hablaba de enamorarse), que a veces las cosas había que vivirlas, y ya. Pero, en otras ocasiones, me han dicho que tengo por costumbre tomarme las cosas muy en serio, o darles un carácter muy dramático, pues esto resume muy bien la presente invitación: ¡hagamos de pulgas elefantes! ¡Formemos tormentas en vasos de agua!



No acostumbro a ver tele, pero he visto tele y veo tele; por distintas circunstancias o eventos, he tenido que carear algunos canales y programas. Hacia algunos he sentido un rechazo agresivo y categórico, pero me he obligado a verles aun en detrimento del ánimo del día; unos de estos últimos comentaré en esta oportunidad. Se trata de aquellos, particularmente los que son producidos y distribuidos por Discovery Communications, que tienen como protagonista al “superviviente” (comúnmente hombre, menos mujer, y a veces también animal), o al aventurero, que se desenvuelve en un lugar fronterizo o catalogado como “wild”, el cual generalmente tiene condiciones ambientales que son extremas o “desfavorables” para la vida. Los hay sutiles y atrevidos en la manifestación de ideas relacionadas con lo que quiero tratar, algunos han alcanzado relativa fama y otros, según he visto, no tanto. Confieso que no los he visto todos ni completos, pero no he podido evitar que algunos de ellos capten mi atención.


Por ejemplo, no se me escapó de la cabeza un programa llamado originalmente Alaskan Bush People, que circula desde 2014 y con el cual me encontré hace poco. ¡Qué puesta en escena es ese programa! Trata de una familia que se muda a Alaska y allí adopta una forma de vida según las “condiciones adversas” del paisaje, repleta de malas palabras, gritos, rudeza, empujones, barbas y cabellos crecidos y tratos burdos. Junto con estos comportamientos está la caza, que termina por encerrar una serie de ideas acerca de lo primitivo, relacionadas con la falta de modales, de refinamiento, de educación, pulcritud o de “cultura”. Reiteremos que el comportamiento áspero de estas gentes tiene que ver directamente con el lugar donde ahora están viviendo.


Al principio pareció divertidísimo pero pronto se tornó serio. Pensé en que la idea de enfrentarse a la naturaleza para sobrevivir es contemporánea pero a la vez no reciente. Tiene una larguísima tradición, un frondoso árbol genealógico lleno de hojas, ramas y con un fuerte y grueso tronco. Tanto que ha hecho carrera en estas manifestaciones culturales estadounidenses, que comúnmente encontramos en sus canales de difusión científica o canales “documentales” más comunes, en especial los de Discovery. Y entonces me pregunté acerca de los límites entre el documental y la ficción, y quisiera de una vez reiterar lo documental de estos programas, en la medida en que podemos usarlos como fuentes que registran una serie de ideas (un espíritu, unas intenciones, unos móviles, una visión del mundo, de uno mismo y de los demás; una mentalidad, si se quiere), mapeando sus condiciones particulares de producción y creación pero también sus raíces profundas. En este caso particular, los documentos no nos hablan tanto de cómo es la vida en esos lugares “remotos”, sino de cómo la evalúan ciertas personas. Lo cual es muy importante.


De esta forma que Animal Planet, por ejemplo, no es solamente y literalmente “sorprendentemente humano”, sino más bien: evidentemente gringo. En distintas circunstancias me he preguntado hasta qué punto influye y ha influido una idea específica del mundo (y de la vida), que ampare conocimiento científico además, en la concepción, clasificación y relación con otros mundos diferentes; llámese el pasado, otras sociedades, o precisamente el mundo animal (la naturaleza). Sin duda dar una respuesta a lo anterior aquí es imposible y ya empecé a volar, pero lo que creo importante señalar es que, en el caso particular que nos ocupa ahorita, los programas de este canal comunican la idea de que los animales viven, en el mejor de los casos, en función de la optimización de recursos o de energía, pero en constante competencia entre ellos; cuando no es en una lucha constante y violenta por la supervivencia. En consecuencia, obedecen, podría decirse que por instinto (de forma “natural”), a una lógica de operación esencialmente humana, o más específicamente: económica, y que adquiere además tintes drásticos cuando las condiciones ambientales son más “adversas” (falta de alimento, por ejemplo). Así, es posible apreciar en estos programas un discurso axiomático acerca de “lo humano” universal, superpuesto a otras especies en este caso. No obstante esto no sólo pasa con canales sobre los animales, también, como he dicho y como quiero mostrar, con aquellos que presentan personas que viven, o “sobreviven”, en algunos lugares “lejanos” y “salvajes”.


La cosa es que no se tratan del todo de canales de divulgación científica (aunque así se reclamen), pero cuidado: tampoco de puro y sano entretenimiento, estos encierran una noción, o serie de nociones, las cuales pueden, de alguna manera, repercutir en el televidente (Alaskan Bush People lleva como 70 capítulos). O también puede ser que el televidente sea quien encuentre en el programa un eco de sí… Programa-televidente, televidente-programa o ambas, la resonancia en múltiples vías que nos ocupa aquí emite con repetición y variaciones que en “la naturaleza” hay que “sobrevivir”, que sobrevive “el más fuerte”, y que hay que recurrir a una serie de prácticas extremas si es que no se tiene una estación cerca con electricidad, cama o sillón. Como consecuencia, en la naturaleza no se puede vivir. Es así que el personaje del superviviente debe ser un hombre de acción, que supera constantemente sus límites (sus hábitos de comida, vestido, modales, lenguaje), y hace cosas extremas. En un programa muy particular, hasta la producción les quita los últimos vestigios visuales de su cultura: la ropa, dejándoles desnudos. Todo es “al límite”, o “al extremo”, y hasta esos seres están a veces a punto de llegar fuera de sí, en el mejor de los casos con algún madrazo censurado. Recuerdo algún capítulo del programa del famoso Bear Grylls en el que mencionaba, a veces en profundas reflexiones nocturnas, lo cerca que se está de perder la cordura en estas condiciones ambientales, y lo importante de mantenerse aferrado a casa o la familia. El programa de Bear Grylls para la cadena Discovery tuvo el diciente nombre de Man vs. Wild.


No obstante, baste comparar el ejemplo anterior con un documental de Werner Herzog llamado, elocuentemente y convenientemente para este escrito, Happy People: A Year in the Taiga (2010) para aclarar más el asunto. Fue filmado en la Taiga siberiana, otro lugar que podría verse como fronterizo o como de “condiciones adversas”. De entrada hay un mensaje y este se evidencia a lo largo del documental: allí no “sobrevive” la gente, allí vive gente, y además vive feliz, y también cazan. Resulta curioso encontrar en el cine documental tardío de este director estos personajes, cuando podemos rastrear algunos suyos, no tan recientes, que se han enfrentado emblemáticamente a la naturaleza como Aguirre o Fitzcarraldo, aunque, vale decirlo, de una manera y con unos resultados algo diferentes a los que protagonizan los ejemplos que hemos tomado de Discovery. Se trata de visiones diferentes del mismo caso.


Ahora quiero contarles de otra pieza, tal vez no tan cotidiana. No puedo evitar dar un salto algo más atrás en el tiempo y hacer algunas sugerencias: examinemos, pues, brevemente, Nanook of the North (1922) de Robert J. Flaherty. Este filme suele tenerse muy en cuenta cuando se habla de muestras tempranas de cine documental, o también llamado “no ficción”. De hecho muchas veces, y pese a los debates, es considerado como un precursor, no sólo para Norteamérica, también para occidente. De ser así, la muestra es muy diciente, pues Nanook trastoca mucho de lo que se llamaría hoy un documental en estricta oposición a la ficción, y se trata en muchos casos, como veremos, de otra puesta en escena.


Hay muchísimo por precisar y reflexionar acerca de este filme, su creador y sus personajes. Por ahora baste con decir que Flaherty era un explorador que trabajaba para un constructor de ferrocarriles e iba mapeando lugares y recursos explotables por estos territorios de frontera en el norte, y que empezó a llevar a sus viajes equipo para filmar casualmente. Sus primeras y aparentemente espontáneas grabaciones se quemaron, así que luego, con una evidente intención de construir una película acerca de un esquimal, y con otro patrocinador, Flaherty hizo un nuevo viaje durante el cual filmaría Nanook. Creo que para Flaherty llegó un momento en el que las imágenes grabadas se convirtieron, en sí mismas, en los recursos por los cuales valía la pena explorar esos lugares. En fin, lo importante es que Nanook devino en un relato, construido cinematográficamente, con montaje y forma narrativa, acerca de las peripecias de un esquimal mayor con dicho nombre, su familia y los de su tribu, por sobrevivir en los lejanos y desiertos hielos del norte. De hecho, Erik Barnow en su historia de los documentales afirma que “la lucha por la supervivencia” era el tema central del film[1].


Considero que el susodicho tema de la lucha por la supervivencia, que nos volvemos a encontrar, está relacionado con el gran éxito de taquilla y la popularidad que tuvo la película de Flaherty poco después de su lanzamiento, que finalmente la llevó a constituirse en una especie de modelo a seguir, “el modelo Nanook”, como a veces lo llama Barnouw. Pero quisiera observar que el filme no se agota allí, podríamos encontrar escenas que muestran vida, o situaciones cómicas, así sean montadas por Flaherty. Sin embargo, parece que lo de enfrentarse a la naturaleza más implacable fue lo que en últimas se robó el espectáculo. Barnouw también nos recuerda a través de los escritos de Flaherty que, durante la filmación de la peligrosa caza de la morsa, los hombres esquimales, que jalaban con fuerza una presa ya arponeada que intentaba volver al agua (donde podría defenderse con ventaja), llegaron a clamar por sus escopetas en lo más intenso de la lucha, pero Flaherty haría caso omiso de sus llamados pues quería mostrar la manera “tradicional” de esta práctica. En efecto, a él no le interesó mostrar lo que bien conocía: la clara influencia que ya tenía “el hombre blanco” y su “civilización” en los esquimales, más bien parecía interesarle mostrar lo más “primitivo” (primigenio, originario, tradicional, salvaje) de estos seres y su lejanía. Esta anécdota muestra, además, cómo este documental pasa de la no ficción a la ficción (trastoca los límites que hoy hemos puesto entre estas categorías), y más allá: a la ficción que construyó Flaherty, y que no sólo sería suya, sino también de los muchos que fueron a ver su película. A parte de esto, en los intertítulos hay constantes referencias a lo implacable y riguroso del clima, a lo desértico de la región, a lo alejado que está de la “civilización” o a lo escaso o inaccesible del alimento, y de la misma manera, a los comportamientos extremos de Nanook y los suyos.


Debo reconocer que requiere más trabajo establecer lo que Flaherty buscaba inicialmente con Nanook, y mucho más establecer lo que Nanook buscaba con Flaherty y sus cámaras, pero, su modelo, sus conceptos acerca de la lucha por la supervivencia, terminaron por salirse de sus manos, llegarían rápidamente a Hollywood, y, supongo, en algún momento después, a la televisión. Repito: Nanook no tiene por qué agotarse en estas ideas que he querido evidenciar, pero, en esta gran divagación que hoy me permito tomando como excusa algunos programas de Discovery, quisiera dejar sugerido que ver el hombre enfrentado a lo salvaje fue lo que quedó de Nanook entonces, e hizo carrera en diferentes circunstancias y a través los medios audiovisuales. Trazar caminos entre esta muestra de principios del siglo pasado y lo que hoy se transmite a diario es un esfuerzo mayor, pero tentador.


Terminemos con otra cosa que nos cuenta Barnouw. Luego del éxito de Nanook, Flaherty gozó de cierta fama que lo llevó a ser contactado por grandes de la industria cinematográfica para buscar a “otro Nanook”, obviamente en otra parte fronteriza del mundo. Incluso su esposa se unió a él considerando que podrían dedicar su vida a las imágenes en movimiento. Y así, auspiciado por la Paramount, Flaherty fue a Samoa y filmó Moana (1926). Este nuevo filme, también una puesta en escena, no tuvo, en absoluto, el éxito de Nanook, y aunque no acabó con la reputación de Flaherty, que haría más películas, fue un fracaso de taquilla y produjo “abstinencia”. ¿Por qué? Barnouw nombra algunas causas circunstanciales, pero afirma algo que es muy interesante, dice que en Samoa Flaherty no pudo encontrar esa “lucha por la supervivencia” que sí encontraría en la bahía de Hudson donde filmó Nanook, este autor sostiene que lo que se encontró Flaherty fue lo contrario: una “naturaleza benigna”, donde abunda el alimento y se cae de los árboles (fácilmente accesible), una especie de paraíso de ensueño donde se vive desbordantemente bien. Considero que más que “no encontrar”, fue no ver y experimentar, y por tanto no poder construir y transmitir al público esa naturaleza implacable, de condiciones adversas, de escasez, de riesgos. Por ende, la imagen que se llevó Flaherty de Samoa le impidió crear un nuevo héroe tan reconocido y sorprendente como su Nanook; un sobreviviente, un hombre que se enfrenta a lo salvaje, un “man vs. wild”.


Podemos entonces identificar en Flaherty (y en el mismo Barnouw) dos visiones muy diferentes de la naturaleza y de las gentes que allí residen; visiones tan repetidas a lo largo de la historia de occidente, tan remotas pero a la vez tan cercanas. Sin embargo, también observamos particularmente que para la década de los veinte del siglo pasado una fue más exitosa en taquilla que la otra, y todavía permea la producción audiovisual en la actualidad. Tenemos acá, entonces, una ficción muy real, cotidiana, fuerte y arraigada al parecer, digna de rastrear y nada despreciable, aun cuando algunos, como yo, desaprobemos o nos incomodemos con sus más descaradas manifestaciones televisivas.



Correo: jsmelor@unal.edu.co








[1] Los datos informativos acerca del filme y de Flaherty los he tomado de El documental: historia y estilo (1998) de Erik Barnouw, particularmente del segundo capítulo. Aún con algunos juicios algo sesgados de Barnow acerca de los esquimales, y con evidente defensa a favor de Flaherty como documentalista, este libro contiene información muy interesante y concisa acerca de las condiciones de producción no sólo de éste, sino de muchos documentales.


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