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"De pura cepa"

  • Viviana Cubillos V.
  • May 4, 2018
  • 5 min read

Cada región tiene sus propios elementos representativos que le permiten distinguirse unas de otras. De Boyacá la papá, del Eje Cafetero el café, de la costa Caribe las playas, y así, intentando identificar que hace único y particular a Bogotá me di a la tarea de analizar que hace a un bogotano de “pura cepa”. Uno bien podría pensar en el frío por el cual suelen llamar a la ciudad con el cariñoso apelativo de “la nevera”. Sin embargo si usted como yo, habita esta ciudad desde las últimas dos décadas y no desde hace cuarenta o cincuenta años, sabrá que en Bogotá eso del frío es relativo. Que llega, llega. Pero el condenado sol sabanero pega con fuerza y más durante los últimos años, lo que ha dado lugar a vestimentas tan particulares como chancletas con bermudas y chaqueta impermeable. Para el “rolo” de pura cepa, salir a la Bogotá en la que hacía frío de verdad tal vestimenta era improbable, porque el miedo a morir congelado era más bien grande.

Bogotá y Monserrate. Otras ciudades tienen destinos más altos o santuarios religiosos de mayor renombre. La combinación de altura y turismo religioso no parece ser lo suficientemente fuerte, teniendo en cuenta que existen rolos que no conocen el popular lugar de peregrinaje, ya que tras largos años de uso descontrolado, el gobierno capitalino ha optado por cerrar buena parte del año el tramo que se puede hacer a pie, y que el costo del funicular no siempre es asequible para el rolo de a pie. Ir a Monserrate tiene dos caras, esencialmente: O va uno de penitencia o de turismo, o a ambas. (Resulta una penitencia tener que soportar filas de largas horas para comprar los boletos de entrada por el funicular y es casi turismo ver los sacrificios que hacen tantos devotos por cumplir las promesas hechas con suma fe).

Quise intentar buscar representaciones con la comida, pero hablar del ajiaco y la changua resultaba difícil. Existen tantas variedades en la preparación del primero y tantas objeciones contra la segunda, que desistí. Pero entonces, ¿qué puede caracterizar a Bogotá?

Recibí mi respuesta en una epifanía obtenida en el transporte público. Vivir en el culo del mundo permite estos amplios espacios de reflexión, incluso si son forzados. Un rolo, si se precia de ser de pura cepa, está acostumbrado a los trancones y al transporte público del orto. Moderaría mi lenguaje, pero usted me va a entender cuando le explique: En mi trabajo debo tomar al menos cuatro buses diarios, y como expresé soezmente hace tan solo un momento, vivo condenadamente lejos, en la periferia de la ciudad. De ello resulta que mis desplazamientos son tremendamente largos e insufribles.

Póngase en mi lugar. Imagínese vivir en Bosa (deje de lado los prejuicios sociales, es una zona deprimida económicamente, tanto como cualquier otra parte de la ciudad) y trabajar dando clases en diferentes instituciones educativas a lo largo y ancho de la ciudad. Si usted, lector, no conoce Bogotá, imagínese vivir en el barrio que le da la entrada a su ciudad o pueblo y ahora póngase a la tarea de pensar que su trabajo lo obliga a moverse por todo el poblado.

Pues bien, esa es mi situación. Vivo lejos, lejísimos. Tras cinco años de ir a la universidad en TransMilenio me rendí, porque la cantidad de robos que sufrí, aunado con el costosísimo valor del pasaje lo hacían inviable teniendo en cuenta mi precaria situación económica. Tampoco se me hace una opción teniendo en cuenta que mido poco más del metro cincuenta y que cuando un articulado se llena, me es imposible bajarme y termino pasándome de estaciones. Le he cogido fastidio a TransMilenio, pero necesitaría otro espacio para hablar de ello. De todas formas el TM cumple con su función doble: transporta y nos representa. Un rolo sabe que entre las seis y las ocho de la mañana, sobre la carrera treinta, se forma un trancón de articulados que demora tanto como un trancón normal.

El trancón es casi providencial. Vaya usted en carro particular, en bus, en SITP, en lo que sea. Hasta la gente montada en moto padece el trancón. Cuando la gente llega tarde uno no piensa que se despertó tarde, piensa que hubo un trancón. Cuando uno toma un taxi, indica el destino y le dice al conductor “¿Por dónde habrá menos trancón?” ¿Lo nota? Usted ni siquiera sospecha que no haya trancón, es inimaginable una Bogotá sin trancón, lo que usted desea saber es cuál es la vía menos congestionada, la opción menos lenta (y no la más rápida).

Un bogotano vive preparado para el trancón. El trancón es como una limitante ante la cual la sagacidad del rolo se crece y crea respuestas. Por ejemplo, usted sabe que hay trancón por la “hora pico”, entonces sale unos instantes (de quince a veinte minutos) antes para amortiguar el trancón, en caso de que este peor. Porque usted ya sabe que va a haber, lo que no alcanza es a cuantificar su magnitud. El rolo ha creado estrategias de supervivencia para ese tiempo-espacio muerto y yo quiero presentárselas.

  1. Audífonos y un celular/reproductor de música/radio. Los audífonos son prescindibles, de cara al afecto que le tenga usted a la salud emocional de sus coterráneos. Pero un rolo sabe que tiene que llevar con que escuchar música, o la radio, el partido, las noticias o cualquier cosa que le haga distraerse mientras viaja dos horas de pie para llegar a su trabajo, universidad o a cualquier lado.

  2. Un libro/revista/sopa de letras/sudoku. Si es una de las últimas dos, no olvide el esfero, porque de lo contrario no los va a poder resolver. Si va de pie, la lectura tanto como la escritura se dificultan, pero hay rolos de avanzada que han evolucionado a extremos agarres de una sola mano, con los que también sostienen el libro y dejan libre la otra para sostener el lápiz. Si usted tiene gafas, tenga cuidado, los procesos de movilización (aceleración, frenado y huecos) pueden descolocarlas de su sitio.

  3. Cojín y/o cobija. Algunas señoras de edad avanzada han desarrollado esta estrategia superior para poder aprovechar los largos trayectos y tan pronto como obtienen un puesto, sacan cobija y cojín para tomar una siesta que puede llegar a durar un par de horas. Sin embargo estos elementos no son de uso reglamentario, y en general los rolos se adaptan a cualquier silla para echar cabezaditas que les permitan recuperar el sueño perdido en el transporte público. Otros jóvenes estudiantes desesperados han desarrollado habilidades superiores e incluso son capaces de dormir de pie (pero en mi experiencia personal el dolor de brazo no es preferible a la torticolis que se genera cuando el cuello queda ubicado en una mala posición al dormir sentado en una silla incomoda).

  4. Paciencia casi infinita. Suele agotarse al presentir que otros buses que tienen la misma ruta avanzan más rápido. Termina por extinguirse cuando el conductor, presintiendo lo mismo, cambia de carril y no logra avanzar de ahí.

Un bogotano de pura cepa, entonces, debe saber soportar no solo los rigores del (cambiante) clima, las dificultades de la altura, la mezcla incesante de tradiciones y la toxicidad de la urbe, sino además debe saber adaptarse a condiciones extremas de transporte y aprovechar ese limbo del tiempo espacio para no desfallecer en el intento de sobrevivir en la selva de cemento.

Por todo lo anterior, como ya indiqué anteriormente, considero que el elemento distintivo de Bogotá no son sus dos mil seiscientos metros más cerca de las estrellas, no es ser la Atenas de Latinoamérica (¿a cuentas de qué?), no es ser la ciudad más grande de este país. Lo más grande que tiene Bogotá son sus trancones. Y de coda, solo me queda disculparme si esto queda mal escrito, porque aunque no me lo crea, lo redacté mientras iba en un trancón.

*Este texto fue escrito hace más de quince días, pero los trancones me han impedido enviarlo a tiempo. Quisiera que fuera un chiste, pero es más bien una anécdota*


 
 
 

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