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MONOLITO I

Pensamiento, es más que lógico que de este surjan y se generen los hechos. Parafraseando a Wittgenstein podemos afirmar que nuestra realidad no es más que el producto de lo que existe en nuestra mente, lo real es real en cuanto es pensable. Así pues, el actuar de unas comunidades a la hora de enfrentar problemáticas reales se ve respaldado y tiene origen en la concepción y construcción de una memoria propia. He ahí pues una pequeña muestra sobre la importancia de abordar este universo (el de la memoria), como un factor que puede ser determinante a la hora de entender mejor nuestros problemas como sociedad, así como pensar en la misma aplicabilidad y generación de nuestro conocimiento. Porque aquello a lo que nos referimos como identidad, parte de estos dos momentos simultáneamente, del pensar y del actuar. Dicha identidad la concebimos no porque seamos individuos y tengamos una seria necesidad de identificarnos con algo, sino porque muchas coyunturas del plano real nos empujan a forjar una propia identidad; una concepción propia de persona y mundo, que al igual que la memoria (pensamiento) son determinantes para afrontar pero sobre todo comprender lo que significa la vida en sociedad. La memoria como tal, sea entendida como historiográfica, histórica, mítica o política, etc.; resulta ser un ejercicio de recreación constante así como de concepción, reproducción, irrupción y consolidación del tiempo y el espacio en las sociedades. Lo real no es real mientras no viva en nuestro pensamiento, ¿y qué es el compendio de mitos, leyendas e historias de un pueblo?: el pensamiento, el discurso, el actuar y por ende la memoria y el desenvolvimiento de los sentimientos de una sociedad, el temperamento de una cultura. Fundada en los testimonios, a diferencia de la historia escrita, la Tradición Oral de un pueblo vive, mientras haya alguien dispuesto a contarla y reproducirla, de transmitirla a otras generaciones para que así no muera la palabra hablada, el discurso de una sociedad y por ende su espíritu. Es el espejo en que podemos apreciar la configuración de nuestro tiempo y nuestro espacio, dónde es posible indagar sobre los orígenes de algo, así como de la recepción dentro de una comunidad de acontecimientos trascendentales y enigmáticos, es la apropiación de la realidad para recrearla constantemente. ¿Y es que acaso no podemos hablar de una tradición oral dentro de la academia? ¿Y es que acaso no son la mayoría de nuestras clases un eco tardío de lo que antaño los viejos/sabios hacían en sus comunidades? ¿Es que en realidad somos tan distintos de aquellas distantes sociedades primigenias germen de toda nuestra diseminada especie? Lo que siempre cambia es la forma, pero la esencia siempre permanece intacta. Como en la química, siempre cambiarán las moléculas y la disposición de los átomos de una sustancia, pero esa estructura subatómica cuando se ve alterada simplemente deja de existir como fue concebida en un principio, ya no se transforma sino que se desintegra. Podemos entender este suceso y abordarlo desde una perspectiva física e histórica. La arqueología por ejemplo nos ha demostrado que a pesar de todos los procesos de descomposición de la materia, de la acción del tiempo y el comportamiento de la naturaleza, muchas veces nuestra producción cultural persiste. Pensemos en aquellas primeras excavaciones que significan los inicios de la arqueología moderna tal y como la conocemos. Pensemos un instante en la asiriología que logró desempolvar literalmente los ocultos misterios de aquellas primeras aglutinaciones de poder y carne humana que conocemos con el nombre de civilizaciones. Es hora de desempolvar los viejos textos, es hora de mirar con ínfulas hacia el futuro. Es hora de sumergirnos intensamente en el pasado porque la loca edad del progreso está en su cenit. Investigamos porque no tenemos una idea clara de ese algo que pretendemos conservar en nuestra memoria. Pensemos en el instinto de sobrevivir, hacemos lo que sea posible para asegurar nuestra existencia. De manera un tanto análoga existe en nuestro mundo ese signo inevitable de dejar rastro de todo lo que hacemos. A pesar de esto, existe también inevitablemente el olvido.


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